¡Hola!
¿Cómo estás?
Estos días he estado preparando una
capacitación para SÍ, VOY sobre atención y trato a personas con discapacidad.
Y en esa preparación de los
contenidos no pude evitar repasar diferentes situaciones que me han tocado
vivir y que todavía persisten en la sociedad.
¡Tantas reacciones tiene la gente
cuando se dirige a mí!
Muchos optan por “ignorarme, no
mirarme, hacer de cuenta de que no existo”.
Y sí. Es entendible. Es difícil ser
tan complejo como Verónica.
Otros más audaces toman valor y me
hablan.
¿Me han dicho desde “por qué sos
discapacitada?, ¿qué te paso que estás ahí?” hasta “me muero si llego a estar
así como vos”.
Lo bueno es que a veces nos parece
que el problema propio es menor al del otro.
Una vez una señora me contaba sus
dramas, pero de golpe se frenó y me dijo “bueno, qué te voy a contar a vos, si
estas peor que yo”.
Imagínense cuando atiendo a una
persona (soy empleada, y a veces hago atención al público): no saben si
hablarme (quizás piensan que no puedo entender las cosas) y me entregan los
papeles con cierta resignación.
La mayoría de las veces se sorprenden
de mi rapidez y eficacia. Hasta me han dicho “te felicito, me has atendido
mejor que una persona normal”.
¿Qué hago? ¿Río o lloro?
Los que me conocen saben que me estoy
riendo. ¡Es que todo es muy gracioso!
Ojo, no estoy juzgando a nadie.
Simplemente lo cuento porque
obviamente trato de entender un poco las actitudes de la gente.
Pero también es lógico.
Mira. Si vas al banco vas a ver el
cartel “prioridad minusválidos”. Si me ven ubicada en una la fila me preguntan
“¿estás en la fila?”…¿Qué tengo que contestar a esa pregunta?
Hay lugares que otorgan “certificados
de invalidez”.
Si decís alguna tontería, te dicen “¿sos
tonto?“,
Si no escuchas, “¿sos sordo?”,
Si no entendés, “¿sos mogo?”
Si esperas un hijo te hacen miles de
estudios “para prepararte”.
La mayoría de los padres agradece no
tener un “hijo enfermito”, porque “es una desgracia tener un hijo con
problemas”.
No sé si seguir riendo o llorar.
Y en ese afán por querer protegerme
de mi dolor, muchos tratan de “arrastrarme a lugares que no pienso ir”, “hablar
por mí”, “tomar decisiones por mí” o por ejemplo ofrecerme su ayuda “para salir
del sol”. ¡Con lo que amo el sol!
Lo bueno es que en un instante pasas
de ser alguien “indeseado” a ser “una ídola, una genia”.
Alguien con una “fuerza superior“.
¡Ahora sí me estoy riendo a
carcajadas! Fuerza superior… y no puedo levantar un vaso con agua!
No quiero que te apenes por mí. Por
favor no es mi intención.
Otros piensan que por estar así “soy
un ángel”, una mujer “tan buena”, “tan especial”.
¿Cómo no quererme? Si soy “una
diosa”.
Por qué a mi marido le dicen que es
“especial por estar conmigo”?
“Que es un santo” por elegirme.
Por aguantarme puede ser, eso no lo
discuto.
Con esto que te cuento solamente
quiero que entiendas que soy una PERSONA, COMO VOS.
Una mujer con virtudes y defectos
(obviamente estos últimos son los menos).
Soy una mujer con discapacidad,
pero que siente, desea, sufre, quiere, vive lo mismo que vos.
No soy una eterna niña, no soy
asexuada, no soy una santa, no soy heroína.
Soy incapaz, pero de tocar el piano.
Soy especial, pero por mis virtudes y
defectos.
Ahora ya sabes: No somos iguales,
porque nadie lo es. Somos diferentes, pero porque todos los somos.
No tengas miedo: si tenés dudas acércate,
pregunta, mira, conversa, habla.
Creo que muchas diferencias se pueden
achicar si nos miramos a los ojos.
Ahí vamos a vernos tal cual somos,
sin accesorios, sin prejuicios.
¡Hasta la próxima!